Por: Fidel Lorenzo Merán
.- Hubo un tiempo en la historia política de la República Dominicana en que la ética y la moral no eran discursos vacíos, sino columnas firmes que sostenían los partidos políticos. No era perfecto, como toda construcción humana, pero al menos se entendía que la política era una vocación al servicio del bien común. Hoy, sin embargo, la realidad pinta otro paisaje: uno en el que la ética y la moral parecen haber sido expulsadas del sistema político, dejando tras de sí una profunda crisis de confianza, institucionalidad y esperanza.
La ética y la moral no eran elementos decorativos en los partidos; eran su motor. Gracias a ellas, la política podía ser una herramienta legítima de transformación social. Los partidos se organizaban alrededor de doctrinas claras: socialdemocracia, humanismo cristiano, liberalismo progresista… esas ideas nutrían sus propuestas, su formación interna y su rol frente a los desafíos del país. Las diferencias ideológicas no solo eran respetadas, sino que eran el signo vital de una democracia plural.
Con ética y moral, la política buscaba responder a los problemas sociales con sentido de justicia, equidad y compromiso humano. Los líderes entendían que servir no era sinónimo de servirse, y que la función pública implicaba sacrificio, no privilegios. El servicio a los demás, especialmente a los más vulnerables, era un pilar, no una molestia.
Pero un día —sin que se firmara decreto alguno— la ética fue marginada y la moral enviada al exilio. La doctrina fue sustituida por el oportunismo. Los ideales fueron canjeados por contratos. El bien común se diluyó en intereses personales, grupos económicos y pactos oscuros. Así entró en escena el caos moral: una política sin brújula, sin límites y sin responsabilidad.
Los partidos se convirtieron en maquinarias electorales, sin contenido ni visión de país. Ya no forman líderes, solo promueven candidaturas. Ya no educan, solo repiten eslóganes. El liderazgo dejó de ser una conquista moral para convertirse en una estrategia de mercadeo. Y con la ética expulsada, se abrió la puerta a la corrupción, la impunidad y el lavado de activos.
Sin ética no hay confianza. Sin moral no hay cohesión social. Cuando los partidos dejan de representar ideas y se convierten en empresas familiares o plataformas de enriquecimiento, la democracia se vacía de contenido. El ciudadano común, decepcionado y cansado, se aleja. Y ese vacío lo ocupan el cinismo, la violencia política y el clientelismo.
Además, la ausencia de una programación partidaria propia —autóctona, sensible a las realidades nacionales— ha profundizado el divorcio entre política y ciudadanía. Se importan modelos, se improvisan soluciones y se ignora la cultura política del pueblo dominicano.
Si esta tendencia no se revierte, el futuro podría ser más sombrío: partidos cada vez más alejados de la gente, gobernantes sin escrúpulos ni visión, una juventud desmotivada, una sociedad desprotegida. Pero aún hay tiempo.
El retorno de la ética y la moral a la política no es una nostalgia inútil: es una urgencia. Requiere ciudadanos vigilantes, partidos que se reformen, líderes con coraje moral y una sociedad civil activa. Solo así podremos rescatar el verdadero sentido de la política: servir, construir, transformar.
Porque el día que la ética y la moral salieron de la política dominicana, comenzó la decadencia. Pero el día que vuelvan, podría comenzar la reconstrucción.































