Por: Elías Wessin Chávez
.- El llamado Socialismo del Siglo XXI se presentó ante América Latina como una renovación ideológica del viejo marxismo.
Bajo un discurso de justicia social, soberanía nacional y defensa del “pueblo”, prometió emancipar a las naciones de la región de la supuesta opresión del capitalismo liberal y de la influencia de los Estados Unidos.
Sin embargo, a más de dos décadas de su implementación en varios países, la evidencia demuestra que este proyecto no trajo libertad ni prosperidad, sino corrupción, narcotráfico, represión política y un profundo colapso institucional.
Detrás de sus consignas emancipadoras se ocultaba una estrategia de control total del Estado sobre la sociedad, sostenida por el dinero del petróleo venezolano, los fondos del narcotráfico y la manipulación ideológica.
El concepto de Socialismo del Siglo XXI fue acuñado por el sociólogo alemán Heinz Dieterich en 1996. Dieterich proponía una nueva forma de socialismo basada en la “economía de equivalencias”, una utopía tecnocrática que pretende medir el valor del trabajo y la producción fuera del mercado.
Su propuesta no tuvo impacto hasta que Hugo Chávez Frías, inspirado por Fidel Castro, la adoptó como bandera política durante el Foro Social Mundial de 2005 en Porto Alegre, Brasil.
A partir de ese momento, la consigna del “Socialismo del Siglo XXI” se transformó en el eje ideológico de una red continental de gobiernos populistas de izquierda (Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Argentina, Brasil y, más recientemente, México) con el apoyo estratégico de Cuba.
Detrás de la retórica bolivariana de integración y «justicia social», se articuló un proyecto de hegemonía política regional, que busca desmantelar las democracias liberales, neutralizar a la oposición, cooptar las instituciones republicanas y reconfigurar la cultura política latinoamericana desde el resentimiento social.
El Socialismo del Siglo XXI no solo se apoya en la ideología, sino también en fuentes ilícitas de financiamiento.
Durante los años de bonanza petrolera, Venezuela canalizó miles de millones de dólares a través de mecanismos como Petrocaribe, el ALBA y programas de cooperación “solidaria” que en realidad servían para comprar voluntades políticas y exportar el modelo chavista.
Pero cuando el petróleo ya no bastó, surgió una fuente más oscura: el narcotráfico.
Según testimonios judiciales y documentos de la DEA, altos mandos del régimen chavista conformaron el Cartel de los Soles, que operó como un brazo del Estado en el tráfico internacional de cocaína. Esta red, con ramificaciones en las Fuerzas Armadas y el aparato político venezolano, permitió a Caracas sostener su economía paralela, financiar campañas aliadas y consolidar vínculos con otros gobiernos afines.
Como explica Pablo Muñoz Iturrieta, el Socialismo del Siglo XXI “se alimentó del crimen organizado para perpetuar el poder político y financiar su revolución continental”.
No se trata de un modelo económico alternativo, sino de un entramado criminal y antioccidental, donde la droga se convirtió en instrumento geopolítico, siguiendo la estrategia trazada por Fidel Castro en los años 60: utilizar el narcotráfico como arma contra las democracias liberales.
Los países que adoptaron el modelo comparten un mismo patrón de decadencia estructural:
Destrucción institucional: se modifican constituciones, se eliminan límites al poder y se subordina el Poder Judicial al Ejecutivo.
Censura y represión: se persigue a la prensa libre, se encarcela a opositores y se militariza la vida civil bajo el pretexto de la “seguridad revolucionaria”.
Colapso económico: la estatización, el control de precios y la corrupción generalizada provocan hiperinflación, escasez y desempleo masivo.
Crisis humanitaria y éxodo: millones de ciudadanos, particularmente venezolanos, huyeron del hambre y la persecución, creando el mayor desplazamiento humano en la historia contemporánea de América Latina.
En suma: el Socialismo del Siglo XXI destruyó el tejido moral, económico y jurídico de los países que lo adoptaron.
En lugar de soberanía, produjo dependencia; en lugar de igualdad, generó miseria; en lugar de justicia, impuso privilegios de partido.
Como ha sostenido Pablo Muñoz Iturrieta, el Socialismo del Siglo XXI no es solo un fenómeno político o económico, sino también un proyecto cultural y moral destinado a redefinir al ser humano.
Su objetivo es destruir los fundamentos de la civilización occidental (la familia, la religión, la propiedad privada y la verdad objetiva) para reemplazarlos por un nuevo orden ideológico donde el Estado es el proveedor, el maestro y el dios.
En esta visión antropológica deformada, el individuo ya no es libre ni responsable, sino dependiente y adoctrinado. La ciudadanía se transforma en clientelismo, y la política en un mecanismo de control emocional y material.
El “hombre nuevo” que el socialismo del siglo XXI ha querido fabricar no es un ciudadano virtuoso, sino un súbdito ideologizado, incapaz de pensar fuera del dogma revolucionario.
El Socialismo del Siglo XXI es la mayor estafa política de la historia contemporánea latinoamericana.
Usurpa el lenguaje de la «justicia social» para encubrir el crimen, corrompe la idea de soberanía nacional para justificar dictaduras, y utiliza el discurso de los derechos humanos para instaurar regímenes autoritarios.
Hoy, América Latina enfrenta el desafío histórico de reconstruir su libertad y restaurar sus valores fundacionales.
Esto implica desenmascarar la mentira del Socialismo del Siglo XXI, denunciar su alianza con el narcotráfico y el totalitarismo, y reafirmar el principio esencial de toda República verdadera: que la libertad no se conquista con subsidios ni consignas, sino con verdad, responsabilidad y justicia.
Solo así la región podrá liberarse del yugo de esta ideología que, en nombre del pueblo, terminó esclavizándolo.































