.- Es una osadía nuestra tratar este tema, porque no nos avala ninguna especialización como para hacer valoraciones objetivas, producto de estudios ni de análisis de expertos en ciencias del comportamiento. Quien esto escribe va a realizar una de nuestras “dominicanadas”: opinar sobre todo y, como las más de las veces, sin conocimiento del tema.
Confieso que lo que le expondré es parte de la experiencia vivida sobre todo por los políticos de oficio, los que bregamos día tras día con los ciudadanos, años vienen y años van. Repito, discúlpenme este atrevimiento, si bien a algunos, en estos momentos de elecciones, les puede ser de utilidad.
Siempre se ha dicho de lo que nacimos y crecimos en esta tierra, que tenemos cualidades únicas, somos alegres, ¡nos burlamos hasta de nuestras propias desgracias! Le vemos algo bueno hasta las mayores dificultades, lo que en política se traduce como que el dominicano aunque se incomode de momento, le busca la lógica a los acontecimientos y termina aceptándolos. Por ejemplo, perdimos muchas veces en el PRD, pero retroalimentábamos nuestros egos, nosotros mismos, era como si nos recargáramos con las pilas y… de nuevo a la faena, para las próximas elecciones.
El dominicano no odia personas sino cargos, por eso ustedes ven que desde que un político sale del cargo, se nos olvida lo que hizo y nos enfocamos en nuestra crítica al incumbente del momento. Eso es tan así, que he visto generales en retiro que tienen deudas de sangre con el pueblo, manejando sus vehículos por la calle a plena luz del día, sin guardaespaldas. Sin embargo, nadie los insulta. La aversión es a la posición, no a la persona.
El dominicano tiene un alto sentido de la oportunidad. No le crea resquemor cambiar de partido. Al contrario, hay ciudadanos que han estado en todos los partidos. Es común preguntar, cuándo se habla de algún ciudadano, ¿con quien está ahora? Porque si el dominicano encuentro una “enllavadura” que él entienda ventajosa para escalar de posición social y económica, se fue con ese proyecto.
El dominicano no es racional en sus opiniones. Es vehemente y adecúa las circunstancias, no importa cuales fueren, a su particular interés. Su candidato es ganador y así lo expresa, aunque nada más saque su voto; lo justifica todo y cuando pierde su partido, siempre es porque le hacen trampas.
El dominicano tiene un “tigueraje” único, una habilidad extraordinaria para sobrevivir como sea y de lo que sea. Busca la forma de no quedarse fuera. Por eso se ve ahora con mucha naturalidad que en una familia los integrantes estén con diferentes partidos, lo que algunas veces se hace por acuerdo previo, por aquello de que si yo pierdo alguien de la familia gana.
El dominicano es “cherchoso” y “ruidoso” a más no poder. Campaña sin música movida y en alto volumen no existe y si hay una reunión, hay que brindar lo que sea, porque al que no convidan no vuelve a otra actividad.
El dominicano es cómodo, por eso partido que no tiene estructura para llevar la gente a votar el día de las elecciones, fracasa.
El dominicano es “allantoso”, le gusta decir que “está pegao”. Trujillo y Balaguer lo acostumbraron a darle poco dinero de asignación, eso sí, se le asignaba un carnet y un revólver para que se sintiera jefe.
El dominicano es “emprendedurista”, quiere tener un negocio aunque no sepa cómo administrarlo y si su partido llega al Gobierno, sabe hacer de todo. Si la posición que le ofrecen es buena, la toma aunque no sepa nada de las responsabilidades del cargo.
El dominicano es serio en su compromiso de acuerdo de voto, si hay intercambio. Los estudios dicen que más de un 70 % de las ayudas sociales –como con las tarjetas– logran su cometido: el que se las dio recibe un porcentaje alto de apoyo, e igual que con la compra de votos, los que los compran con tranquilidad pueden lograr hasta un 80% de fiabilidad en su ilegal transacción.
Los dominicanos no votan contra la corrupción. Nadie ha ganado unas elecciones con ese tema, muy por el contrario, si hay algo que penosamente afectó a Bosch y a Peña Gómez para llegar al poder, era su honestidad acrisolada. El dominicano entiende que lo que le hace daño al país y a ellos es la mega-corrupción, pero el que no esté dispuesto a perder sus amigos y familia no puede ser un honesto radical, porque en poco tiempo se queda hasta sin mujer e hijos.
El dominicano le gustan los Robin Hood, por eso no se averigua en los barrios los orígenes de los fondos que se reparten y si el candidato da, si ayuda, a lo que se dedique no les importa, salvo que sean criminales.
El dominicano le coge línea al familiar que vive en el extranjero y le manda su muda, y sus pesos. “Fulano dijo qué hay que votar por tal¨… ¡y lo hacen!
A los dominicanos le gustan los políticos que parezcan humildes y le fascina que lo tuteen. A las mujeres les fascinan los candidatos que tengan su “no sé qué.”
Al dominicano le gustan los políticos inteligentes, solidarios, que resuelvan y que no estén en “malas”, porque es difícil que consiga votos un candidato que se le note que “no tiene recursos económicos.” Un candidato “mal montao” no puede entrar a un barrio porque no convence a nadie.
El dominicano es el ciudadano más informado del mundo, sabe lo que está pasando afuera y no se les puede hacer cuentos.
El pueblo dominicano es de tendencia liberal, más de izquierda que de derecha. El dominicano es loco con los Estados Unidos, pero en política es anti yanqui. No le gustan los abusos y si ve que se maltrata a alguien, coge ese pleito como si fuera con él.
El dominicano es noble, de alma solidaria. De todo lo que consigue le da a su familia, amigos y vecinos y si logra colarse en el gobierno en un cargo, se trae a su familia y al barrio entero.
El dominicano es de memoria corta, el gobierno puede hacer 20 cosas malas y se hace una buena que le llegue, lo perdona.
Los dominicanos, dependiendo lo que diga y cómo lo haga, aplauden al presidente y le echan la culpa a su anillo, pero sobre todo el pueblo dominicano es altamente politizado. La política está en sus genes, teoriza y analiza la misma con sabiduría popular y no importa cuál sea su nivel social, al contrario, mientras más humilde sea, más le apasiona la política.
En la política nuestra no hay muertos políticos, porque el que menos usted cree en un barrio da pa’ arzobispo. El que hace política en nuestro país y no conoce cómo piensa y actúa su pueblo, puede llevarse sorpresas.
Nuestra nación tiene ciudadanos de un gran corazón que a fuerza de vivir en medio de tantas dictaduras y gobiernos hegemónicos, aprendió a sobrevivir y a encontrar alegría en su propio infortunio. Los que crean que el asistencialismo no funciona no conocen de las necesidades básicas y de las carencias de los que viven en los barrios populares. Es ingenuo pensar que un gobierno que esté beneficiando más de 3 millones de ciudadanos, no tendrá un buen caudal de votos en las elecciones. Ese está más perdido que “el hijo de Lindbergh.”
A la desaparición de los grandes líderes la mayoría del pueblo perdió la pasión, cree más en resolver sus problemas que en políticos mediocres. Sus sueños utópicos se fueron con sus líderes, por lo que tendrá más votos quien entendiendo estas realidades, se adapte a ellas y entienda humildemente a su pueblo.
Solo quiero decir que el PLD ha cometido errores graves, los dos peores: la división con Leonel y no procurar cambios para superar el hartazgo en la población. Pero los que vamos a las elecciones el 5 de julio debemos entender que casi todos los programas sociales y asistenciales que existen actualmente en nuestra nación fueron idea de los morados y aunque pierdan, tendrán un considerable porcentaje de votos, por el voto patrimonial acumulado.
No duden que les sumará algo más, por las ayudas en medio de la pandemia. Los que se crean que van a arrasar elecciones a un gobierno tan poderoso como el del PLD, no tienen ni idea de la idiosincrasia del dominicano.